PERMANECER EN LA GRACIA DE DIOS

En el principio, después de que Dios había creado a Adán y Eva, se complacía en la comunión con ellos mientras andaban juntos en el huerto de Edén. Adán y Eva no sabían nada del pecado ni maldad porque eran inocentes y puros. Dios les dio un solo mandamiento a Adán y Eva. No debían comer del árbol del conocimiento del bien y del mal. Desde el principio, Dios ha dado a la humanidad el poder de elegir, y nunca lo ha revocado.

Satanás, un poderoso ángel caído, engañó a Eva por tentarle a comer el fruto del árbol prohibido. Él le dijo que podía desobedecer a Dios sin ninguna consecuencia y que si comiera del fruto le daría sabiduría semejante a la de Dios. Entonces Eva escogió comer y ofreció el fruto a su esposo, y él hizo el mismo error terrible.

¡Qué elección tan fatal! Perdieron su inocencia. Quedaron culpables. Reconocieron con vergüenza su desnudez e intentaron cubrirse con delantales de hojas de higuera. Sintieron temor y se escondieron cuando oyeron la voz de Dios. Eso fue sólo el principio del problema. Dios les prohibió entrar al huerto de Edén y llegaron a ser sujetos al pecado y la muerte. Aún la tierra fue maldita por lo que habían hecho.

Se dieron cuenta que eran inclinados a la maldad. Su conocimiento del bien y del mal no les detuvo de hacer el mal. La muerte espiritual pasó a sus hijos y a toda su posteridad.

La influencia del mal nos rodea. En nuestro mundo hoy día existe cualquier maldad imaginable. Hay gente orgullosa y lujuriosa, buscando placer y poder. Toman muchas decisiones malas y sufren las consecuencias tristes. La elección de una persona muchas veces causa miseria a los en su derredor. ¡Qué terribles son los resultados del pecado!

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Hay muchos hogares infelices a causa de decisiones malas. Los niños muchas veces sufren cuando familias se separan por el divorcio. Algunos se dan a las adicciones y malos hábitos. Niños inocentes se crían bajo esta influencia, aceptándolo como normal, y así se corrompe su mente infantil. ¿Cómo podemos romper este ciclo?

¡Hay esperanza! Dios en su misericordia vino a Adán y Eva y les reveló claramente el gran pecado que habían cometido, pero prometió un redentor que les librara.

Muchos años después nació Jesucristo. Él enseñó el camino de la verdad. Él vino para darnos la vida espiritual y quiere que la tengamos en abundancia (Juan 10: 10). Para recibir esta vida nueva tenemos que ser convertidos. Jesús dijo: "De cierto os digo, que si no os volvéis y os hacéis como niños, no entraréis en el reino de los cielos" (Mateo 18:3).

Como a Adán y Eva, nuestros pecados también traen culpa y vergüenza. Jesús nos llama a arrepentirnos de nuestros pecados. Esto quiere decir que sentimos remordimiento por los pecados que hemos cometido y estamos dispuestos a renunciarlos. Si acudimos a Jesús, pidiéndole que nos perdone los pecados y creyendo que nos puede salvar, Él limpia nuestro corazón. Al someternos a su Espíritu y andar en obediencia a su Palabra, nos da gracia diariamente. Nos llena del Espíritu Santo, el cual nos da poder para vencer el pecado. "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios" (Efesios 2:8). "Mas a todos los que le recibieron, a los que creen en su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios" (Juan 1:12).

El creyente cristiano confía en la providencia y cuidado de Dios. Él escucha al Espíritu Santo, quien le consuela cuando hace el bien y le reprende cuando hace el mal. Aprende cada vez más a confiar en Dios para poder vencer la tentación. Cada victoria aumenta su fe. Encuentra que la victoria siempre está a su alcance cuando confía cada día en la gracia poderosa de Dios.

El creyente cristiano se da cuenta que el pecado le separa de Dios. Por lo tanto, ya no se relaciona con compañeros malos y evita actividades impías. Dios no le obliga hacer esto. Él escoge vivir separado de la maldad de este mundo.

El hijo de Dios está en paz porque la culpa de pecado le ha sido quitada. Confiando en el amor y perdón de Dios, lleva sus cuitas y cargas a Dios en oración. Esto hace que sea posible vivir sin apuros ni temores. Él anda diariamente con Jesús y así encuentra verdadera felicidad y satisfacción. Mientras no peque deliberadamente retiene su paz con Dios.

Un creyente verdadero de Cristo busca comunión con los que tienen la misma fe y confianza en Dios. Juntos se gozan de hablar de la vida cristiana. Comparten sus bendiciones y luchas para animarse el uno al otro. Las cargas se hacen más ligeras y hay nueva fuerza para vencer.

¿No te entregas a Jesús? La gracia de Dios es para todos los que se arrepienten y creen. Entrega tu pasado, tu presente y tu futuro a Él. Nada menos que un arrepentimiento profundo del corazón y fe en Cristo traerá la paz, gozo y gracia poderosa de Dios a tu vida. Dale hoy tu corazón.

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LAS DIVERSIONES Y ATRACCIONES

¿QUÉ DICE DIOS?

También debes saber esto: que en los postreros días vendrán tiempos peligrosos. Porque habrá hombres amadores de sí mismos,…amadores de los deleites más que de Dios, (2 Timoteo 3:1, 2a, 4b)

Una de las metas principales en la vida del hombre es la felicidad. La felicidad puede ser difícil de encontrar. Muchas personas buscan la felicidad en los placeres y las diversiones. Buscan satisfacerse por hacer lo que les “da gusto”. Lo que “da gusto” en verdad puede ser perjudicial a su carácter y a su bienestar espiritual.

Mucha gente ha llegado a creer que la felicidad se encuentra en tener “más”. Se cree que el tener más bienes y conveniencias puede satisfacer. Por tener más tiempo libre y más libertad para actividades como los pasatiempos y deportes, esperan sentirse saciado. El sistema comercial y los medios de comunicación explotan esta creencia al máximo. Se sugiere que su producto o experiencia ofrece lo que otros no pueden. Compras se hacen que satisfacen sólo para un corto tiempo. Viajes se hacen con la esperanza de que algo más duradero pueda ser experimentado. Nuevos vehículos y más y mejor equipo deportivo se busca y se compra, pero esto no trae la verdadera paz.

Con intención de satisfacerse, la gente busca algo nuevo, algo impresionante, hasta algo violento o atrevido. Los parques recreativos ofrecen atracciones y aventuras que alcancen el límite de las emociones y prueban la resistencia del cuerpo y mente. La industria de entretenimiento ha respondido a los deseos de los hombres con resultados asombrosos. La televisión, películas, radio, internet, revistas y libros abundan con entretenimiento que es, al decirlo claro, vergonzoso. Por estos medios los deseos lujuriosos y golosos de la sociedad están atendidos. Muchas horas están gastados por el mirar, leer y escuchar materia que perjudica la mente, cuerpo y alma, y por consiguiente, el hogar.

Muchas veces el entretenimiento está usado como un medio para escapar la realidad del vacío que sentimos adentro. Las personas solitarias buscan algo para consolar el hombre interior. ¿Qué es en verdad lo que deseamos? ¿Qué en verdad responderá a las necesidades del alma? ¿Puede ser hallado en estos placeres? Aparte del gusto que recibimos de estas actividades, hay un deseo subyacente de sobresalir. Hay un deseo de superar nuestros semejantes o la norma establecida. Este deseo motiva a muchos buscar el renombre. El mundo deportivo exige y adquiere mucho dinero y atención. Hombres y mujeres dan la mejor parte de sus vidas a este esfuerzo.

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Muchos de estos entretenimientos y actividades se buscan mayormente para el placer y gratificación propia. Nos preocupamos más por lo que nos beneficia que por lo que beneficia a otros. Mucho de la participación en los deportes, diversiones y actividades está motivado por el egoísmo. El éxito personal y los placeres son el impulso no expresado detrás de estos ampliamente aceptados pasatiempos.

Al dedicarse a este esfuerzo egoísta, lo siguiente pasa: las iglesias decaen, los programas de bienestar social están dejados al gobierno, y las personas indigentes pueden ser alimentados, más no atendidos. Aún más trágicamente, los niños no hallan la seguridad de un hogar estable. La gente se desilusiona con la vida que a su ver es sin sentido y vacío. Lo hallan cada vez más difícil hablar de las cosas que tienen valor. Se llena el vacío en el corazón con placeres egoístas, y así se oculta lo que falta en lo interior. Dios queda fuera.

 

EL ALMA DEL HOMBRE TIENE SED

Jesús dijo en Juan 4:10, 13 y 14 que tiene agua para darnos que siempre saciará nuestra sed. La necesidad profunda del alma ha de ser saciado. El alma es eterna, y sólo se saciará con verdades eternas.

La Biblia enseña que el cristiano es una persona contenta y feliz. Enseña que la felicidad se encuentra sólo por buscar primero la voluntad de Dios. “Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas” (Mateo 6:33). Los hombres buscan la felicidad por medios egoístas, pero ni la fama, ni la fortuna, ni los placeres pueden proveer más que una gratificación momentánea.

Mucho de nuestra inquietud resulta de la incertidumbre tocante a nuestra relación con Dios. La cuestión del pecado, si no está resuelto en nuestra vida, afecta nuestra paz y causa que nos sentimos condenados. Los pecados llevados al Señor, sean grandes o pequeños, pueden ser borrados para siempre.

Dios tiene un plan para nosotros de modo que podemos sentirnos satisfechos. Dios quisiera dirigirnos a una sumisión completa a su voluntad, lo cual produce una satisfacción y paz que sobrepasan todos los placeres terrenales. Si seguimos la dirección de la Biblia, llena por completo cualquier necesidad que tenemos.

La Biblia enseña que podemos tener una comunión íntima con Dios. Su palabra puede ser la meditación del corazón. La paz nos puede acompañar de día y noche. El Espíritu Santo ha de ser nuestro consuelo y compañero constante. Esta relación espiritual con Dios es para cada quien que está nacido de nuevo y dispuesto a someterse voluntariamente a la dirección de Cristo en todas las áreas de su vida. Esta comunión íntima con Dios nos inspira a una vida de servicio que tiene muchas recompensas.

Las diversiones ofrecidas por el mundo no promueven el crecimiento cristiano. Las actividades, placeres y aun los modos de pensar que sirven al sí mismo, son contrarios a la vida en Cristo. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-16). Pablo enseña en Romanos 8:5-7 que la mente carnal es enemistad contra Dios. La mente carnal ama las cosas de la carne en lugar de las cosas de Dios. El camino de los placeres parece tan bueno; sin embargo, reemplazará la devoción que necesitamos tener hacia Dios. Somos advertidos que en los postreros días, “habrá hombres amadores de sí mismos… amadores de los deleites más que de Dios” (2 Timoteo 3:2-4).

La Biblia tiene la respuesta para los que quieren saciarse en los placeres. Romanos 12:1-2 dice: “Así que, hermanos, os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro culto racional. No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta”. El transformar la mente y la regeneración del corazón son esenciales si queremos agradar al Señor y hacer un juicio correcto de estos asuntos. Las diversiones y los placeres, cuando visto por la realidad de la eternidad, son un abuso serio de nuestros recursos y vidas.

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EL ESPÍRITU SANTO

El Espíritu Santo es la tercera persona de la divina Trinidad. Él es aquél a quien el Padre envió para estar con sus hijos. Jesús dijo: “Cuando venga el Consolador, a quien yo os enviaré del Padre, el Espíritu de verdad, el cual procede del Padre, él dará testimonio acerca de mí” (Juan 15:26).

El Espíritu Santo no es un objeto lejano o una presencia que no se puede percibir. Él es alguien que fácilmente puede ser identificado; alguien con quien podemos relacionarnos o asociarnos. Siendo que él es de Dios, tiene la naturaleza de Dios, y por tanto posee características que le identifican como una persona.

Su personalidad

El Espíritu Santo es benigno. Él no le controla a usted forzadamente sino que con benignidad le guía, le habla, le causa tristeza cuando haya hecho el mal y le devuelve al camino recto. El Espíritu Santo puede estar contristado. No le ignore usted a causa de que él es manso y apacible. El apóstol Pablo exhorta de esta manera: “Y no contristéis al Espíritu Santo de Dios, con el cual fuisteis sellados para el día de la redención” (Efesios 4:30).

Él alumbrará el entendimiento de usted para que pueda entender las Escrituras. Cuando se encuentra en confusión de que es lo justo, él le ayudará, quitándole las nubes de confusión, si es que usted le escucha atentamente. A veces enviará otros hijos de Dios para ayudarle, y es necesario que usted sea humilde para escucharles. El Espíritu Santo le guiará a usted para que distinga entre la sana doctrina y la falsa. Él le ayudará a encontrar la iglesia que se compone de un cuerpo de cristianos cuya cabeza es Cristo Jesús (véase Efesios 5:32). El Espíritu Santo le ayudará a discernir entre las iglesias que no enseñan el evangelio completo, y la que enseña su voluntad completa. Él desea que usted se arrepienta y se aparte de sus pecados, que sea bautizado y que participe en el compañerismo de los hijos de Dios.

Su propósito

El Espíritu Santo es una persona sin igual que tiene un propósito divino. Él ha sido enviado para cumplir la voluntad del Padre. Su obra es exaltar y glorificar a Cristo Jesús. Él no puede ser detenido por las fuerzas del maligno, sino que sigue su obra en unión con el Padre.

Su venida

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Los apóstoles se habían acostumbrado a la presencia y dirección de Jesús. La dirección del Espíritu Santo iba a ser una ventaja mayor que la presencia de Jesús mismo, en esto de que él está presente en todo lugar y en todo tiempo (Juan 16:7).

El Espíritu Santo fue derramado sobre los discípulos en el día de Pentecostés. Ellos estaban juntos esperándole, como Jesús les había mandado. Dios acompañó la llegada de su Espíritu con algunas señales. En Hechos 2:2-3 leemos que “de repente vino del cielo un estruendo como de un viento recio que soplaba”. En seguida, “se les aparecieron lenguas repartidas, como de fuego, asentándose sobre cada uno de ellos”. Él hizo un milagro por medio del cual el evangelio fue proclamado y cada uno que estaba presente en aquel tiempo oyó en su propia lengua. Él usó esta evidencia para la conversión de mucha gente.

Siendo llenos del Espíritu Santo, los discípulos empezaron a predicar a Jesucristo. Su predicación resultó tan eficaz que los que observaban se quedaron maravillados de que estos hombres galileos, sin letras, hablaban de manera que entendían todos en su propia lengua (Hechos 2:4-12). Otros que eran incrédulos se burlaban y decían que estos hombres estaban borrachos. Sin embargo, muchos que oían el evangelio por medio de este milagro creyeron y fueron salvos, y fueron añadidos a la iglesia (Hechos 2:13, 41).

Él vive adentro

El Espíritu Santo vive en los corazones de los hijos de Dios. El Espíritu Santo no es un extranjero para ellos, sino que es un amigo muy personal que les acompaña. “¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros?” (1 Corintios 3:16). Él es alguien que nos entiende y sabe cómo ayudarnos. Es un amigo que tiene cuidado de los que aman a Dios y le obedecen. Cuando se aproximaba el tiempo en que Jesús iba a partir de este tierra para ir al Padre, él dijo a sus amigos: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador para que esté con vosotros para siempre” (Juan 14:16).

El Espíritu Santo no sólo está presente en los corazones de los hijos de Dios, sino que los llena de su presencia. En Hechos 4:31 leemos: “Cuando hubieron orado, el lugar en que estaban congregados tembló; y todos fueron llenos del Espíritu Santo, y hablaban con denuedo la palabra de Dios”. Le agrada al Espíritu Santo vivir en el corazón que está rendido a Dios. A tal persona él puede hablar y dirigir con toda franqueza.

Su obra

El Espíritu Santo sigue impulsando y atrayendo al Padre a los que viven en el pecado. Él no puede morar en un corazón no rendido y que no cambia, pero con mucha paciencia y amor le guía al arrepentimiento (Juan 16:8).

Cuando una persona somete su voluntad a la voluntad del Padre, es convertido en hijo de Dios por medio de la fe en Cristo Jesús. Al tal Dios envía su Espíritu. “Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!” (Gálatas 4:6).

Una persona que está llena del Espíritu Santo se interesa en las actividades y funciones de la iglesia del Dios viviente, y desea participar en ellas. El Espíritu Santo es la vida de la iglesia. Si el Espíritu no morara en ella, se quedaría sin vida.

El Espíritu Santo es quien llama y envía obreros para el mantenimiento y el crecimiento de la iglesia tanto como para la siega del mundo. El Espíritu Santo dijo: “Apartadme a Bernabé y a Saulo para la obra a que los he llamado. Ellos, entonces, enviados por el Espíritu Santo, descendieron a Seleucia, y de allí navegaron a Chipre” (Hechos 13:2, 4). Cuando trabajamos en unión con el Espíritu Santo, él va por delante, preparando el camino y ablandando los corazones. Se regocija en el crecimiento del reino de Dios cuando los hombres, las mujeres y los jóvenes rinden el corazón a Dios y se apartan del pecado.

Él enseña

El Espíritu Santo tiene muchas cosas que enseñarnos. Sus palabras proceden de Dios. Dios tiene toda la sabiduría y el entendimiento que necesitamos, y él lo dará a aquellos que le aman y le obedecen (Juan 14:26). Sus enseñanzas son siempre las mismas, y aun así, siempre nuevas y aplicables a nuestra necesidad actual. Tenemos que estar dispuestos a la enseñanza para poder recibir las instrucciones del Espíritu Santo.

El Espíritu Santo es sensible y puede percibir nuestras intenciones íntimas. Él conoce los pensamientos más secretos y los aprueba o los desaprueba. Él no mora donde se goza, complace y tolera el pecado. Cuando uno consiente y satisface al sí mismo, el Espíritu Santo se sentirá contristado y rechazado.

Él da poder

El Espíritu Santo es el poder que nos da la facultad de vencer al diablo, el adversario del alma. Sin este poder estaríamos sin fuerza ante el maligno. “El Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad” (Romanos 8:26). Cuando él está a nuestro lado, no tenemos que temer, sabiendo que Dios pelea por nosotros.

Si usted no es un hijo renacido de Dios, ¿ha notado que hay un poder más fuerte que usted mismo, y que éste gobierna sus pensamientos y hechos? Satanás es el príncipe malo. Arrepiéntase usted de sus pecados y crea en Jesús para que él le limpie de todo el mal en su vida. “Porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas, derribando argumentos y toda altavoz que se levanta contra el conocimiento de Dios, y llevando cautivo todo pensamiento a la obediencia a Cristo” (2 Corintios 10:4-5).

Hablar en lenguas

La forma de interpretar y practicar el hablar en lenguas, mencionado en los escritos del apóstol Pablo, ha llevado a muchas iglesias al error y confusión. ¿Causaría tal desorden el Espíritu Santo, nuestro compañero íntimo? Él no puede ser el autor de confusión. En verdad, él cuida de nosotros. Constantemente nos enseña y nos aclara todas las cosas. Sus advertencias benignas no nos dejan con dudas. Al contrario, nos dan dirección.

El hablar en lenguas, como se puede entender en el segundo capítulo de Hechos, tuvo lugar cuando los apóstoles hablaron a personas de distintas nacionalidades reunidas en Jerusalén en aquel tiempo. Este fue un don del Espíritu Santo, dado para la necesidad del momento. El Espíritu Santo ha dado el don de hablar en lenguas mencionado en 1 Corintios 14. Este nunca conduce a la confusión, sino que aclara y edifica. El apóstol Pablo exhorta: “Hágase todo para edificación” (1 Corintios 14:26). El Espíritu Santo de Dios siempre habla para ser entendido. Él conduce a la plena luz. El apóstol Pablo amonesta a la iglesia: “Si no hay intérprete, calle en la iglesia” (1 Corintios 14:28).

Las Escrituras no nos enseñan que es necesario hablar en lenguas para comprobar la presencia del Espíritu Santo. La evidencia de la presencia del Espíritu es el fruto que se manifiesta en la vida del creyente. “El fruto del Espíritu es amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fe, mansedumbre, templanza; contra tales cosas no hay ley” (Gálatas 5:22-23).

Cuando una persona ha nacido de nuevo, el Espíritu Santo mora en él. Antes puede haber sido maldiciente, hablando con palabras ásperas. Ahora, él habla con una lengua nueva las cosas que el Espíritu Santo inspira y dirige.

Los hijos de Dios encuentran en el Espíritu Santo un amigo que los entiende y anima. Mientras que somos fieles a él, no nos negará ni nos abandonará. Él nunca se cansa ni duerme, sino que siempre vela y ayuda. Muchas veces sus palabras son habladas pacíficamente. Sin embargo, son claras y seguras. Él trae consigo la tranquilidad y la paz. Él es el amigo que más necesitamos en este mundo.

Él da la vida eterna

Dios desea darle a usted su Espíritu hoy. Dios dará su Espíritu a aquellos que verdaderamente se arrepientan, confiesen sus pecados y se sometan a su voluntad. Le dará ánimo para que pueda trabajar por Dios. Le dará dones que aumentarán si usted permanece humilde y es obediente a él. Dios nunca da el Espíritu Santo a ninguno que deliberadamente desobedece su Palabra preciosa.

Si el Espíritu Santo mora en nuestros corazones, él nos dará la entrada a la ciudad eterna, la gloria. Solamente aquellos en quienes se encuentra el Espíritu Santo tendrán permiso de entrar en ese descanso eterno. Las personas que solamente tienen las buenas obras y las palabras agradables no serán aprobados por Dios. Él reconocerá aquellos a los cuales ha entregado su Espíritu. “Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven… Y el que tiene sed, venga; y el que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente” (Apocalipsis 22:17).

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