EL INFIERNO-¿QUÉ ENSEÑA LA BIBLIA?

Cuando los perdidos oirán al gran Juez declarar su sentencia: “Nunca os conocí, apartaos de mí, hacedores de maldad”. ¿A dónde irán esas almas condenadas? Cuando, de dos personas que están trabajando juntos, uno es tomado y el otro es dejado, ¿qué será del que es dejado? Cuando la mirada del justo Rey penetra al injusto como una espada, y ninguna excusa tendrá valor, ¿qué va a pasar? Cuando el Libro de la Vida será abierto, y no se encuentra el nombre del perdido, ¿qué pasará?

Hay solamente dos destinos finales—la morada bendita de los que serán salvos, y el abismo de fuego a donde serán lanzados los perdidos. La Biblia habla del paraíso de Dios y del lago de fuego, de un lugar de luz glorioso, y del lugar de oscuridad total.

Hay solamente dos destinos, puesto que en el día de juicio no habrá más que dos clases de personas. “Los que hicieron lo bueno, saldrán a resurrección de vida; mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5:29).

A corta distancia al sur de Jerusalén hay una barranca profunda que traspasa el paisaje. Durante los reinados de Acaz y de Manasés, ocuparon este valle como un lugar de adoración depravada que no se pueda imaginar. Allí los seguidores de Moloc echaron a sus hijos vivos a los brazos candentes de un ídolo inmenso de bronce. En seguida cantaban y bailaban para extinguir el clamor angustiado de sus hijos mientras se quemaban. Los Hebreos llamaban el lugar el Valle de Hinom. En griego el nombre de este lugar es traducido Gehena.

En el tiempo de la vida de Cristo sobre la tierra, los judíos ocupaban el valle como lugar para depositar a los desechos. Además, en él echaron los cuerpos muertos de animales, así como también los cuerpos de personas desterradas y los cuerpos de reos ejecutados. Allí el aire se mantenía contaminado. En un esfuerzo vano para mantener una apariencia de pureza, dejaban que el fuego quemara la basura de día y de noche, siempre. La mancha del humo nunca desaparecía del cielo. Animales que se alimentaban de la carroña, siempre se mantenían escarbando en ese lugar repugnante. Los gusanos nunca morían y los fuegos nunca se apagaban.

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Como Jerusalén, la ciudad de los judíos, representaba la Nueva Jerusalén—la Ciudad de Dios en el Cielo—así este valle infame proveía un ejemplo vivo de la condenación del infierno. Cristo usó la palabra Gehena once veces para hacer referencia al castigo eterno de los pecadores. “Entonces dirá también a los de la izquierda: Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno [o el fuego de Gehena], preparado para el diablo y sus ángeles” (Mateo 25:41). Era fácil para los que escuchaban las palabras de Jesús imaginar un lugar intolerablemente horroroso donde uno quemaría para siempre. La verdad de un castigo eterno después del juicio final es una verdad bien establecida en la Biblia.

¿Cómo será el infierno? Sus terrores no pueden ser comprendidos. Sin embargo, las Sagradas Escrituras nos proveen de algunas comparaciones: un fuego consumidor, un fuego que nunca se apagará, las tinieblas de afuera, el castigo eterno, el tormento y el lago de fuego.

Sin duda, algunos de estos versículos son simbólicos de una consciencia que molesta incontrolablemente, vergüenza ardiente y una memoria ardiente, lo que muerda y consume, pero que no puede ser apagado. Aun así, el fuego se menciona tan frecuentemente, y tan enfáticamente, que no podemos negar que hay un infierno con fuego literal. La Biblia declara que el lloro, el llanto y el crujir de dientes serán una realidad. Entonces, no podemos menos que aceptar la realidad de un fuego verdadero.

En el día de juicio los perdidos se levantarán a “resurrección de condenación” (Juan 5:29). En la resurrección los perdidos tendrán un cuerpo inmortal, no glorioso como los salvos, sino un cuerpo adecuado para el castigo eterno. Será un cuerpo preparado para el infierno, uno que siente y experimenta constantemente el aguijón de la muerte, pero que nunca muere.

El infierno será un lugar de recordar. En la historia del hombre rico y Lázaro (Lucas 16:19-31), el hombre rico abrió sus ojos en el infierno. En ese lugar al hombre condenado le fue dicho, “hijo acuérdate.” Cuando Dios dirá, “hijo acuérdate,” será imposible olvidar. Como olas inundantes, las memorias de todas las oportunidades para la salvación, las oportunidades para el arrepentimiento, el don de la gracia que uno pasó por alto y más, sumirán a los perdidos. Recordarán lo que amaban en la vida: las posesiones, la fama, los pasatiempos y el sí mismo. Pero esas mismas cosas afligirán como la gangrena. Para siempre vendrán a la memoria todos los pensamientos malos, los pecados cometidos en secreto y las mentiras. Junto con la imposibilidad de olvidar vendrá el clamor más amargo: “Si solamente hubiera amado al Señor.”

El infierno será un lugar de culpa y de vergüenza. El profeta Daniel escribió: “Y muchos de los que duermen en el polvo de la tierra serán despertados, unos para vida eterna, y otros para vergüenza y confusión perpetua” (Daniel 12:2). Cuando Dios dará la sentencia eterna en el día de juicio—los ángeles estarán allí como testigos—caerá como una gran piedra de molino sobre los condenados. Estos estarán arrojados al lago ardiente desde donde no habrá esperanza de volver.

El infierno será un lugar que no ofrece descanso. “Y el humo de su tormento sube por los siglos de los siglos. Y no tienen reposo de día ni de noche” (Apocalipsis 14:11). En este mundo los que sufren dolor siempre encuentran momentos de descanso. Aun algunos que son torturados al fin desmayan y experimentan tiempos de descanso. Al fin, la muerte les trae un alivio. Pero en el infierno no habrá alivio. Los azotes caerán sin fin. El tormento les caerá en abundancia perpetua. Los perdidos clamarán por el alivio, pero sus clamores no serán oídos. Los perdidos crujirán los dientes para siempre mientras buscan algún descanso, un momento de alivio, pero no lo encontrarán.

El infierno será un lugar completamente sin esperanza. La desesperación de los perdidos les agobiará, sabiendo que no habrá ni siquiera un rayo de esperanza, ninguna oportunidad de poder escaparse de allí. Serán un pueblo olvidado en un lugar olvidado. La condenación será completa cuando Dios les dará la espalda. Desconocerá a esas almas para siempre jamás.

En el infierno no habrá ninguna misericordia, ningún amor, ningunos hechos de bondad y ninguna gracia. El odio reinará supremo. El remordimiento angustiador y la tristeza, los ruegos y las súplicas quedarán sin respuesta. Ninguno escuchará, además ninguno tendrá cuidado.

El infierno será un lugar de las tinieblas de afuera. Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en Él. La condenación eterna será lo contrario. La Biblia lo llama así, “la oscuridad de las tinieblas” (Judas 13). Con la oscuridad viene el temor, el mal, el diablo, los demonios y la muerte. El infierno incluye todo esto, y el infierno es para siempre. Es la muerte segunda. La primera muerte terminará en el juicio, la segunda muerte no terminará nunca. Aun después de diez millones de años, el infierno apenas habrá comenzado.

El tormento y el lloro seguirán, y siempre los que mueren vivirán eternamente. Frente a estas verdades llegamos al límite de nuestra comprensión. Y posiblemente debe ser así, ya que el infierno no fue preparado para los hijos de Dios. Fue preparado para el diablo y sus ángeles (Mateo 25:41). Estos seres caídos esperan en cadenas de oscuridad, temiendo y temblando, conociendo bien su destino eterno.

La Biblia indica claramente que aquellos que no obedecen el Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, aquellos que no se arrepienten, los incrédulos, y los abominables, los homicidios, los fornicarios y hechiceros, los idólatras y todos los mentirosos tendrán su parte en el lago que arde con fuego y azufre (Apocalipsis 21:8).

Hoy estamos sirviendo a uno de dos maestros. Uno, el Padre Celestial, es amoroso y justo. El otro, Satanás, es sumamente malo. Queda sin duda, que el maestro a quien servimos en vida será él con quien estaremos por la eternidad. Cuando el juicio final revela a quién hemos servido, ¿a cuál lado estaremos?

Dios no puede salvar a aquellos que niegan servirle. Sin embargo, Él estará completamente justo. Ninguno irá al infierno injustamente. Dios no quiere que ningún alma perezca, sino que todos procedan al arrepentimiento y a la vida. Dios nos llama y nos invita a escoger su reino, para estar a su lado. Nos invita venir a Él para salvarnos, porque nos ama.

Los que irán al infierno, irán allí a causa de sus propios intereses y las decisiones que hicieron en vida. ¿Seremos de aquellos que serán dejados, o seremos llevados? ¿Escucharemos la declaración, “Nunca os conocí; apartaos de mí, para siempre:” u oiremos las palabras benditas, “Venid, benditos de mi Padre?” Alma querida, ¿aceptará usted la invitación?

Mateo 25:41 Apartaos de mí

Juan 5:28-29 Resurrección de los condenados

Mateo 22:13 El lloro y el crujir de dientes

Lucas 16:25 Hijo, acuérdate

Daniel 12:2 Confusión perpetua

Judas 6 Ángeles en prisiones eternas

2 Pedro 3:9 No quiere que ninguno perezca

Apocalipsis 21:8 Los pecadores en el lago de fuego

Mateo 25:34 Venid, benditos

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EVIDENCIA DE SALVACIÓN PERSONAL

¿Da respuesta la Biblia a la pregunta hecha muchas veces, que si puede uno tener evidencia de salvación? ¿Puede el hombre saber si son perdonados sus pecados o no, o tiene uno que esperar hasta el día del juicio para saber? Sería un peligro muy grande y desafortunado dejar esa pregunta tan importante pendiente hasta entonces.

Sí, podemos saber, ye el Señor quiere que estemos seguros de que somos salvos. Su invitación es: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). Él dijo en Juan tres dieciséis: “Porque de tal manera amó Dios al mundo [pecadores, todos], que ha dado a Su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. Es cierto que, según la naturaleza, todos hemos pecado y hemos faltado de cumplir la voluntad de Dios.

El hombre necesita a un salvador en su estado no regenerado. Está muerto en el pecado y la transgresión, perdido, y necesita a un Salvador para salvarle. Nuestro bondadoso y misericordioso Padre celestial ha provisto salvación por medio de Jesucristo para todos los que se aprovechan de esta maravillosa gracia. Él derramó Su sangre y murió en la cruz, “…la propiciación por nuestros pecados…” (1 Juan 2:2). Es menester que el pecador sienta la necesidad de ser limpiado y perdonado de los pecados, implorando: “…Dios, sé propicio a mí, pecador” (Lucas 18:13). En tal contrición reconoce su culpa y confiesa sus pecados primeramente a Dios, y también hace la restitución debida para con los hombres. Él mira en fe al “…Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29). Jesús, entonces, perdona sus pecados.

El señor da evidencia del perdón de los pecados por distintas maneras. A veces dice en palabras sencillas: “…tus pecados te son perdonados” (Lucas 5:20). Si nuestros pecados nos son perdonados, tenemos paz para con dios. “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios por medio de nuestro Señor Jesucristo” (Romanos 5:1). (Habiendo sido “confirmado” o “bautizado” o “siendo miembro de una iglesia” no constituye el nacimiento nuevo.) “De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas” (2 Corintios 5:17). Es nacido otra vez (de nuevo), como dijo Jesús a Nicodemo en Juan capítulo tres: “…De cierto, de cierto te digo, que el que no naciere de nuevo, no puede ver el reino de Dios”. Éste es un nacimiento espiritual. Un nacimiento natural produce vida natural, pero un nacimiento espiritual produce una vida espiritual. La vida espiritual es efectuada por ser nacido “…de agua [la Palabra de Dios] y del Espíritu…” (Juan 3:5).

Uno nacido del espíritu ha resucitado de entre los muertos (muerte espiritual) y busca “…las cosas de arriba…” (Colosenses 3:1). “De cierto, de cierto os digo: El que oye mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no vendrá a condenación, mas ha pasado de muerte a vida” (Juan 5:24). “Ahora, pues, ninguna condenación hay para los que están en Cristo Jesús, los que no andan conforme a la carne, sino conforme al Espíritu” (Romanos 8:1). Ellos ponen su mira en las cosas de arriba y no en las de la tierra. Ellos mortificarán (amortiguarán) sus miembros que están sobre la tierra: no teniendo la mente carnal ni siguiendo el curso y los deseos de la naturaleza. “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él. Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo” (1 Juan 2:15-16). El espíritu de Dios asegura: “El Espíritu mismo da testimonio a nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios. Y si hijos, también herederos; herederos de Dios y coherederos con Cristo, si es que padecemos juntamente con él, para que juntamente con él seamos glorificados” (Romanos 8:16-17). Cuando “…el amor de dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado” (Romanos 5:5), nos esforzaremos para alcanzar las cosas celestiales: amando y alimentándonos de las Santas Escrituras y testificando por nuestro Señor.

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Este amor de Dios tiene más alcance que el amor natural y los vínculos familiares. Le facilita a uno amar a sus enemigos y a los que la aborrecen (Mateo 5:44). El Señor Jesús enseñó cuando comisionó a Sus discípulos: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado…” (Mateo 28:19-20) convertidos, cristianos renacidos, deben ser recibidos a la Iglesia de Dios por medio del bautismo administrado por ministros llamados de Dios y espiritualmente vivos. Una vida de oración es la consecuencia natural de una experiencia cristiana. La oración es el aliento vital del cristiano. Por la oración están restaurados la fuerza y el vigor espiritual para fortalecerle “…en el Señor, y en el poder de Su fuerza” (Efesios 6:10), para poder retener “…lo que tienes, para que ninguno tome tu corona” (Apocalipsis 3:11).

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LIBRE DEL TEMOR

¿QUÉ ES EL TEMOR?

EL TEMOR DE DIOS

EL TEMOR DEL FUTURO

EL TEMOR DEL FRACASO

EL TEMOR DEL SUFRIMIENTO

EL TEMOR DE LA MUERTE

¿QUÉ ES EL TEMOR?

El temor, un enemigo clandestino, se introduce al hombre de cualquier edad, raza y oficio. Es sutil y destructor, envenenando el pensamiento, robando la paz interior y derrotando el entusiasmo de vivir. Nos hace nerviosos, inquietos, alarmados, desconsolados, trastornados y cobardes. ¡Qué sentimientos más desagradables e indeseables!

Tememos el conflicto y el cambio, el fracaso y el ser frustrado. Algunos temen la enfermedad y el sufrimiento. Otros temen el daño que pueda suceder a sus seres queridos. Algunos temen a otras personas y sus opiniones. Otros temen la oscuridad o de quedarse solos. Muchos temen la muerte y enfrentarse con lo desconocido. Hay cristianos que temen que su salvación no sea segura o que Dios no haya perdonado sus pecados. No sólo temen morir, sino que también temen vivir.

El temor entra a la mente tan lenta y sutilmente que apenas reconocemos ser víctimas de su influencia destructora. Aun un poco de temor, como una gota de tinte en un vaso de agua, pinta todo. Cuando uno no puede ser librado de sus pensamientos de temor, seguirán aumentando a tal grado que influyen todos los demás pensamientos.

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La vida es complicada, el mundo es violento, pero la aflicción exterior no tiene que dañar la paz interior. Es el temor interior que tenemos que enfrentar. El temor entra cuando nuestra necesidad más importante no ha sido suplida. Nuestras almas, hechas a la imagen de Dios, claman por Él. Cuando nos alejamos de Dios, quedamos más expuestos a fobias, complejos y temores.

Satanás se aventaja de nuestros temores. A cada oportunidad los intensifica y los hace parecer aún más real y lógicos. El camino se hace cada vez más oscuro y la carga del corazón cada vez más pesada, hasta que perdemos cualquier esperanza de ser librado.

Satanás trabaja en las tinieblas. Él no puede trabajar en la luz, porque, “Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él” (1 Juan 1:5). Satanás conoce nuestras debilidades y en estas áreas presenta pensamientos y temores. Intenta destruir la verdad y confundirnos con la falsedad. Si guardamos estas cosas encubiertas en lo profundo del corazón y mente, Satanás seguirá su obra maligna de desánimo y temor. Puede ser derrotado y sus fuerzas anulados si le exponemos a la luz.

EL TEMOR DE DIOS

El pecado causa un temor incontenible que resulta del conocimiento que nuestra vida no agrada a Dios. Qué día más trágico cuando Adán y Eva cedieron a la sugerencia de Satanás, desobedeciendo el mandamiento de Dios que no comieran del árbol que estaba en medio del huerto. Por medio de la desobediencia pecaron y en seguida trataron de esconderse de la presencia de Dios. Esa noche Dios les llamó y Adán contestó: “Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo” (Génesis 3:10). Por las generaciones desde Adán, toda la humanidad se encuentra bajo esta sombra de pecado. Si este temor de los juicios de Dios motiva a una persona a arrepentirse de sus pecados, llega a ser una fuerza positiva en la vida. “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Salmo 111:10). Este es un temor reverencial y asombroso que sentimos. Vemos en parte la grandeza de Dios; su justicia, su amor, su misericordia, su sabiduría y su existencia eterna. Todo lo sabe, es todopoderoso y es presente en todo lugar. Comprendemos que nuestra existencia está enteramente en sus manos y que somos su propia creación. Tememos desagradar a tal Dios. Sabemos que el justo juicio de Dios condena a las llamas del infierno a los que viven en el pecado; “Porque si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio, y de hervor de fuego que ha de devorar a los adversarios” (Hebreos 10:26-27). Este conocimiento nos conduce a un temor del pecado.

Cuando por medio de un arrepentimiento alcanzamos el perdón, llegamos a conocer a Dios como nuestro amigo personal. En seguida, la obediencia y el servicio que le rendimos son motivados por un temor piadoso y por un amor y agradecimiento por su don inefable de salvación. “En el amor no hay temor, sino que el perfecto amor echa fuera el temor; porque el temor lleva en sí castigo. De donde el que teme, no ha sido perfeccionado en el amor” (1 Juan 4:18). Nuestro temor de Dios no nos causa terror, sino que profundiza nuestro amor para con Él. El temor de Dios nos libra de otros temores. Siendo así, ¿por qué es que tantas personas permitan que las nubes de temor les asedien, trastornen la mente y echen su sombra sobre la senda de su vida? El camino de Dios es uno de paz y confianza.

Hay un cuento de un niño que tuvo temor de andar solo en la noche oscura, pero cuando su papá andaba a su lado y le tomó de la mano, se le desapareció todo temor. La oscuridad ya no le causaba temor, porque amaba a su padre y confiaba en él, sabiendo que le iba a cuidar. Aquí está la clave para ser libre del temor: debemos conocer bien a nuestro Padre celestial. Al familiarizarnos con Dios, nos encomendamos completamente a Él, poniendo nuestra mano seguramente en la de Él. Humildemente le comunicamos las dudas que nos molestan y las tristezas de la vida que nos puedan llevar a la desesperación.

Tenemos el ejemplo del Apóstol Pedro cuando Jesús le invitó a andar sobre las olas tempestuosas en el mar de Galilea. Pedro no tuvo temor mientras mantenía su vista puesta en Jesús, pero cuando empezó a fijarse en las olas espantosas, empezó a hundirse (Mateo 14:24-31). Cuando tratamos de vencer el temor y ponemos nuestra confianza en Dios, su Espíritu nos habla en voz apacible. Al poner la mirada en Él en lugar de nuestros temores, la tempestad se calma alrededor de nosotros. Entonces Él puede resolver nuestras preguntas perplejas, sustituir nuestras dudas con seguridad y tomar nuestra mano en su mano consoladora. Podemos, por su gracia, vencer los efectos debilitantes del temor.

EL TEMOR DEL FUTURO

El desconocimiento misterioso del futuro causa inquietud en algunas personas. Cada mañana se despiertan a un día impredecible. Se enfrentan con la incertidumbre de innumerables cosas que puedan suceder. Sus pensamientos empiezan a correr por las vías oscuras de un espanto imaginario. “Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:6). Por encomendar nuestro futuro en las manos de Dios, podemos entregarle la carga de lo desconocido. ¡Pruébalo y verás que así es!

Muchas personas temen el futuro porque carecen de dirección para su vida. No sabiendo a dónde van, sienten un temor de cosas desagradables que les puedan suceder. Dios sabe lo que hay por delante, y cuando permiten que Dios les dirija, la vida no será una jornada sin propósito, sino un camino que los lleva a donde quieren llegar.

Dios ha prometido serles fiel a los que confían en Él, aunque enfrentan un futuro desconocido. ¿Lo crees? No importa cuán severa sea la tempestad, qué oscura sea la noche o qué altura tenga la montaña, Él te llevará seguro.

EL TEMOR DEL FRACASO

Tenemos un deseo de tener éxito, pero tememos fallar personalmente, a nuestras familias y aun la vida misma. Tememos tomar una mala decisión y llevar a cabo un plan errado.

Dios mandó a Josué: “Mira que te mando que te esfuerces y seas valiente; no temas ni desmayes, porque Jehová tu Dios estará contigo en dondequiera que vayas” (Josué 1:9). Cuando sometemos nuestras vidas a la dirección del Maestro, las fallas de la vida pasada no tienen que derrotarnos, sino que nos puedan servir de escalones hacia el éxito.

EL TEMOR DEL SUFRIMIENTO

Todos sentimos un temor cuando pensamos en el dolor corporal, el dolor que sentimos cuando somos criticados por otros o el dolor de sentirnos solos y en angustias. Dios no nos guardará de todo sufrimiento, pero nos dará la gracia para soportarlo. Él ha prometido paz y seguridad en medio de nuestras pruebas. “Dios es nuestro amparo y fortaleza, nuestro pronto auxilio en las tribulaciones. Por tanto, no temeremos” (Salmo 46:1-2). Si amamos al Señor, Él usa el sufrimiento para nuestro bien. El sufrimiento nos provee una oportunidad de conocer la presencia de Dios y su poder para sostenernos. También causa una profundidad de carácter y un corazón comprensivo. El sufrimiento nos puede mejorar o arruinar. ¿Cuál de los dos será?

EL TEMOR DE LA MUERTE

El temor de la muerte es muy común entre la humanidad. La despedida es muy penosa.

Hay que enfrentar la pregunta de los siglos, “Si el hombre muriere, ¿volverá a vivir?” (Job 14:14). Jesús vino para librarnos del temor de la muerte (Hebreos 2:14-15). Por eso murió y se levantó de la muerte, y también prometió, “Porque yo vivo, vosotros también viviréis” (Juan 14:19). Con Él, la muerte no es una puerta que conduce al vacío, sino un portón brillante que abre a una vida nueva. “No se turbe vuestro corazón… En la casa de mi Padre muchas moradas hay… voy, pues, a preparar lugar para vosotros” (Juan 14:1-2). Será un lugar preparado para un pueblo preparado.

¿Estás preparado? ¿Te has arrepentido de tus pecados? El arrepentimiento trae un remordimiento por los pecados cometidos y causa que se aparta de la vida anterior. ¿Cuándo fue la última vez que fuiste al Señor en oración, dándole tus cargas, preocupaciones y temores? Jesús dice: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28). ¡Qué invitación! ¡Qué promesa!

Ven–confiado, orando, esperanzado, y encontrarás la paz.

Ven–y conocerás el gozo de una vida reposada. Dios te invita a confiar en Jesucristo y ser libre, libre del temor. ¡Ven!

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